Uno de los temas que más me obsesionan dentro y fuera de la Literatura es el de los pueblos, en su amplitud de acepciones posibles: desde la reivindicación, desde el terror, desde la desidia, desde la ternura. Las ópticas desde las que miramos lo rural son tan variadas como esperanzas rurales hay en el mundo. Creo que es importante no idealizar estos entornos, pero tampoco demonizarlos: debe ser posible enunciarlos desde el cariño y la desazón que muchas nos provocan a quienes los amamos, pero no sentimos que podamos quedarnos para siempre en ellos.
Le propuse a Marcos Porto charlar sobre esto porque amo su newsletter y sabía que iba a quedar algo muy lindo. Me ha encantado conversar con él, y aquí tenéis el resultado <3.
Marcos dice:
¡Hola, Paula!
Antes de empezar, me gustaría agradecerte la invitación a escribir en este espacio del que tanto disfruto como lector. Lo primero que pensé cuando me propusiste hablar sobre este tema fue que debía ofrecerte mi experiencia de la forma más honesta y compleja posible: volver a los pueblos tiene muchas ventajas, pero también pueden ser un agujero, un pozo, una tumba adornada como las tumbas de los faraones, pero una tumba, al fin y al cabo.
Para mí, este pueblo de cuenca minera del que me fui hace unos años y al que he vuelto hace unos meses, es el comienzo y el final de todo. Mi vida empieza aquí, en las carreteras viejas sobre las que aprendí a conducir, en las cintas transportadoras de carbón que me parecían los carriles de una montaña rusa abandonada, en el río de agua turbia en el que nos bañábamos las tardes de verano. Aquí nacieron todas mis ilusiones, la persona en la que me he convertido no se puede separar de todo aquello, es imposible.
Irme de este lugar fue la manera de acercarme a aquellas ilusiones infantiles, volver ha significado alejarme de nuevo, dejar que muchas de esas ilusiones mueran y que muchas otras se transformen para siempre. Tengo la impresión de que aquí la vida se convierte en algo mucho más hermético, se contrae y se limita y a veces hace que me pregunte si esto es todo, si no hay nada más, si seguirá siendo así para siempre. El lugar donde se formaron todas mis expectativas sobre el mundo, sobre mi propia vida, es el mismo lugar en el que esas expectativas se rompieron, y debo reconocer que algunos días incluso me siento aliviado. Es el comienzo y el final. Siento que toda mi vida está atravesada por este pueblo, y creo que no puedo hablar sobre lo que significa volver aquí sin antes explicar eso. Es posible que casi todas las ventajas y desventajas tengan que ver con esos límites de la ilusión, con esas expectativas controladas.
Espero no estar alargándome demasiado, me interesa mucho saber qué te parece esto y conocer el espacio que tu propio pueblo ocupa en tu vida.
¡Un abrazo enorme!
Paula dice:
¡Hola, Marcos!
Mi pueblo también es minero. Mis abuelos eran los dos mineros, de hecho. Siempre hablo de mi pueblo como si fuera solo uno, pero la realidad es que son dos (aunque hubo épocas en las que desdeñaba el origen de uno u otro dependiendo de dónde me sintiera más a gusto). Llamo mi pueblo a aquel del que vienen mis padres, mis abuelos, toda mi familia, como una raíz profunda muy asentada en la tierra. Es un sitio pequeño, muy pequeño, con poco más que un par de calles y una plaza, un par de bancos y mucha dehesa. Pero, de alguna forma, debo también llamar mi pueblo al pueblo (mucho más grande) al que nos mudamos cuando yo era muy pequeña. Es el sitio donde hice todo el colegio, la ESO y Bachillerato, donde conocí a mis mejores amigos, donde voy a la feria y donde me cruzo con gente con la que compartí clase y recreo.
Son lugares muy distintos. Uno es todo campo, el otro es todo polígono industrial abandonado. Uno está cerquísima de Extremadura, el otro está a muy poco de Sevilla capital. La forma de hablar de la gente es distinta, el carácter también. Se podría decir que tengo una identidad dividida. Esto a veces es un engorro, porque cuando la gente me pregunta de dónde soy no sé muy bien qué responder. Soy de los dos sitios, supongo. Ahora no vivo en ninguno. Como tú, me fui en cuanto pude, impulsada por este pensamiento adolescente de que la vida debía estar ocurriendo en otro sitio, muy lejos de allí. Y sin embargo, no paro de regresar una y otra vez. En uno de estos pueblos, en el más grande, ya no tengo siquiera una casa, mis padres la vendieron hace poco. Ahora vuelvo sobre mis pasos como a ciegas: a un sitio para visitar a mi familia, a otro sitio para visitar a mis amigos. Me pregunto si toda la vida estaré así, dividida entre todos los lugares que una habitó una vez.
¿Qué piensas tú? Cuando te vas, los periodos de ausencia, ¿piensas en volver?
Abrazos grandes.
Marcos dice:
Paula, qué ilusión que ambos tengamos esta relación con la minería. Mi pueblo tiene menos de 4000 habitantes y está situado en la Montaña Central Leonesa. Aquí es casi imposible conocer a alguien que no tenga un vínculo directo con las minas (mi padre fue minero, igual que la mayoría de los padres de mis amigos) y creo que eso también marca mucho el carácter, la identidad y la relación que mantenemos con nuestros pueblos, sobre todo ahora que las zonas mineras están tan olvidadas y en plena crisis demográfica y económica.
Siguiendo el hilo de lo último que me cuentas y para responder a tu pregunta: cuando no estoy en mi pueblo pienso mucho en volver. Te confieso que esto es algo que a veces me angustia. Si cuando estoy aquí quiero irme y cuando me voy quiero volver, entonces, ¿dónde debería quedarme? Me preocupa sentirme siempre dividido entre aquí y allí, me preocupa querer tenerlo todo y estar pidiendo demasiado. A veces me he sentido atrapado en un barrizal del que solo podré salir cuando aprenda a conformarme con lo que tengo en este pueblo o cuando me supere la ambición por descubrir lo que sea que haya fuera. No creo que sucedan ninguna de las dos cosas y con el tiempo he llegado a comprender y aceptar esta necesidad de marcharme para después volver. Aquí disfruto de una seguridad que no he encontrado ahí fuera (y que seguramente nunca encuentre), pero la seguridad permanente, y no pasa nada por reconocer esto, suele matar el misterio.
¿Te gustaría asentarte en tu pueblo? Quiero decir, ¿querrías construir allí tu vida, volver a habitar esos lugares de forma permanente? Si es así, ¿en cuál de tus dos pueblos imaginas que ocurrirá?
Un abrazo enorme.
Paula dice:
Querido Marcos:
Me sigue sorprendiendo, siempre que hablo con alguien a quien siento cercano a mi forma de ser -como me pasa contigo- y es de pueblo, lo similares que son nuestras experiencias. Mi vínculo con mi pueblo (o mis pueblos) es justo como dices: ese continuo estancamiento entre irme y volver, eternamente y sin una solución definitiva. Como si siempre me encontrara a medio camino.
Creo, la verdad, que nunca alcancé a estar satisfecha, y hay una parte de mí que lo ha aceptado y está bien con ello. Me parece que siempre habrá cosas que me llamarán de lejos y no podré evitar seguir, con ese ímpetu despierto dentro que me lleva a otros lugares. Y creo también que luego necesitaré regresar, adaptarme de nuevo a los lugares conocidos, con sus ritmos propios. Respondiendo a tu pregunta, no creo que quiera asentarme en mi pueblo (en ninguno de ellos). Los amo como se aman las cosas padecidas y queridas: de lejos y poquito rato, con una fuerza feroz, defendiéndolas con uñas y dientes si es necesario. Pero me veo incapaz de pensar en mí misma siendo feliz ahí a largo plazo. Mi plan ideal es buscarme una ciudad mediana (en la que vivo ahora estoy bastante bien, la verdad, no me importaría quedarme para siempre) y hacer esa peregrinación de vuelta al origen siempre que sea necesario.
Creo que ser y tener un pueblo -dos, incluso- me ha conformado identitariamente de una forma transversal, no sé si a ti te pasa igual. Mi forma de moverme por el mundo es la que es porque estoy condicionada por ellos. Mis miedos tienen mucha relación con haberme criado en estos espacios, mis ilusiones también.
Un abrazo grande.
Siento que esta conversación podría ser infinita.
Marcos dice:
¡Paula! Estoy completamente de acuerdo contigo, y me gustaría subrayar esto que dices: «defendiéndolo con uñas y dientes si es necesario». Creo que algo misterioso, una especie de lealtad, nos une a estos lugares y a las personas que, como nosotros, crecieron aquí. No sé exactamente por qué, y quizá me esté viniendo arriba, pero fuera de este pueblo defendería a cualquiera de esas personas, como si hace mucho tiempo hubiésemos pactado cubrirnos las espaldas.
Muchísimas gracias por invitarme a hablar de este tema tan importante y tan cercano a mí, Paula. Yo también siento que podríamos seguir hablando para siempre (ojalá en algún momento tomándonos un café, aunque sea durante un rato).
¡Un abrazo enorme!
Deliciosa conversación. Quiero recomendaros un libro sobre el tema. Con un matiz, son idas y vueltas a pueblos de la provincia de Zaragoza, muchos de los cuales tienen entre 100-300 habitantes.
Zaragoza. Historias de ida y vuelta.
Miguel Mena
Profundiza de una forma maravillosa en el tema
Gracias por esta conversación, que es de tantas. Yo también lo siento así: «toda mi vida está atravesada por este pueblo», como enquilosado en el cuerpo y titilando.